miércoles, 22 de septiembre de 2010

crisis post postvacacional

No no me he equivocado, la crisis postvacacional ya la sufrí. Lágrimas furtivas por tener que volver a la isla, cabreos supinos por culpa de las pequeñas zancadillas que da la vida, llamadita de turno al señor de la grúa (como no, a la vuelta de vacaciones mi coche había decidido romperse, es una costumbre molesta del polito) pero todo pasa, y con cariños más facilmente, y ahora mi crisis se reedita, pero esta vez por culpa de lo impepinable. Llega el otoño, las lluvias, la 'vuelta al cole', la rutina y un montón de meses, días y horas de frío por delante.

No me gusta el frío, ni la lluvia, me oxida los eslabones y a mi alrededor crecen molestos líquenes y musgo. Las vacaciones parecen ya un recuerdo lejano en un laberinto de calles a las que no recurdo cómo volver, atestadas de olores (no todos agradables) y costumbres desconocidas que alcanzó su cenit hace algunos siglos y no ha parado desde entonces de caer, eso no quiere decir que no nos haya dejado un importante legado. Tanto es así que me estoy leyendo un libro sobre contadores de historias árabes, los hakawati, y sus cuentos picantes y de aventuras sobre yinnis, demonios de colores, guerreros y sus historias de amor, al estilo de Romeo y Julieta, pero con heroínas molonas como Fátima (la del colgante de la mano aque a todos nos han traido de recuerdo) Y fantaseo con viajes en alfombras voladoras y mundos lejanos hasta que la cuenta corriente de un poquito de superavit y me permita coger una cafetera de esas con alas en las que ya casi se pueda viajar de pie a uno de esos mundos muy muy lejanos.

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