lunes, 31 de mayo de 2010

Aprendiendo a vivir

Un cuento zen no empieza por érase una vez, y lo que es peor, no termina con 'colorín colorado' o 'fueron felices y comieron perdices'. Desde pequeños nos han querido enseñar que, pase lo que pase, todo saldrá bien. El príncipe azul aparecerá y te salvará, el cazador matará al lobo y, de nuevo, te rescatará, la bruja acabará en el horno, el dragón abatido, ricitos de oro se hará amiga de los tres osos y aquí no ha pasado nada.

Tantos años persiguiendo sueños, pidiendo deseos, lanzando monedas al pozo y cruzando los dedos nos han convertido en carne de cañón para las decepciones. Y el corazón lo paga. Luego cuesta mucho recoger todos los pedacitos y volver a juntarlos, a veces no los encuentras todos o las heridas tardan en curar y las cicatrices se ocupan de refrescarnos la memoria.

El problema es, como bien decía la rusa coja en los Soprano, que estamos programados para pensar que no nos puede pasar nada malo, que todo irá siempre a mejor, que tenemos derecho a ser felices, a que nos pasen cosas buenas... y si no es así nos sentimos completamente frustrados, impotentes, traicionados por nuestros valores más básicos. Y entonces sentimos que el mundo está en nuestra contra, maldecimos nuestra suerte y clamamos al cielo ¿por qué a mí?

Sin embargo, al otro lado del mundo la visión de la vida es completamente distinta ¿qué nos hace pensar que todo va a salir a pedir de boca? Nada, más bien lo contrario. La vida es una carrera de obstáculos, somos una infinitísima parte de nada en un universo gigantesco que lleva millones de años girando ¿de verdas nos creemos tan importantes como para que los planetas se alineen en nuestra contra? No tenemos control sobre el caos, cada día es una batalla y hay que sobrevivir entre trincheras, eso sí, disfrutando al máximo de todo aquello que tengamos a nuestro alcance. Es tan fácil decirlo como difícil ponerlo en práctica.

Es curioso como cambia la percepción de las cosas cuando, por un momento, dejas de sentirte el ombligo del mundo. Y entonces, pueden pasar cosas buenas, pero hay que estar avispado para atraparlas y disfrutarlas al máximo.

Un hombre iba caminando por el bosque cuando, de repente, oyó un ruido. Divisó algo que se movía muy rápido y silencioso entre los árboles. Era un tigre (en asia, o al menos en los cuentos asiáticos, puedes encontrate un tigre en el bosque lo mismo que aquí una ardilla). El hombre empezó a correr, tan deprisa como daban de sí sus piernas, pero no era suficiente. El tigre le comía terreno. El hombre siguió corriendo, se giró para ver qué distancia le separaba de la bestia. Estaba muy cerca. Mientras miraba hacia atrás tropezó y cayó por un barranco pero pudo agarrarse a una raíz de la que quedó colgado. El tigre se quedó al borde del barranco, esperando. Pero cuando el hombre miró hacia abajo vio que otro tigre esperaba que cayese. Para mas inri, descubrió que dos ratones, uno blanco y otro negro, empezaban a comerse la raíz a la que estaba sujeto por ambos lados. Estaba perdido. De pronto se fijó en una mata de fresas, estaba al alcance de su mano, solo tenía que estirarla... pero le daba miedo soltar la raíz. En mitad de la mata había una fresa, grande, roja y jugosa. El hombre alargó la mano y cogió la fresa, se la metió en la boca, era deliciosa aquella fresa.

domingo, 30 de mayo de 2010

Alto y claro

Dicen que hasta que no se les pone nombre, las cosas es como si no fuesen reales, las verdades no lo son hasta que no se dicen en voz alta, de hecho, todos nosotros no existiríamos para el resto del mundo si no constásemos en un registro civil, en un contrato de trabajo, en la lista del paro o, por supuesto, en Hacienda (se me cae la baba sólo de pensarlo...no exisitir para Hacienda, sería como quitarse un peso de encima, vaya el que ya se encargan de arrancar ellos de mi cuenta sin ningún tipo de compasión)

Es curioso, pero los humanos tenemos una percepción totalmente selectiva, vemos lo que queremos ver, y lo que no queremos, no lo vemos, aunque nos lo pongan con luces de neón delante de las narices. Somos capaces de creer ciegamente en ideas, palabras, personas, mitos y dioses. A pies juntillas y sin cuestionar nada. Al fin de al cabo, "el furbol es ansí".

A veces necesitamos que alguien se levante, coja el toro por los cuernos y nos diga alto y claro lo que no nos atrevemos a decir, lo que nos da miedo creer o aquello a lo que no queremos mirar. Y eso asusta.

lunes, 17 de mayo de 2010

atrapada en mi pecera

El otro día me contaron un cuento. Hablaba de un príncipe joven, impaciente, ansioso yun poco tarambana, lo propio de la juventud. Resulta que el rey, viendo acercarse el ocaso de su vida y preocupado elel bala perdida de su hijo decidió encomendarle a un tutor con fama de sabio.

El tutor cogio al cabeza de chorlito del príncipe y lo encerró en lo alto de una torre. En la habitación sólo había una ventana y en el centro una pecera con algunos peces. Y allí lo dejó sólo durante una semana. Al pobre príncipe por poco le da un ataque. Paseaba como un loco de un lado a otro de la habitación. Gritaba por la ventana que alguien le sacase de ahí. Trato de escalar, escarbar, golpear y tirar la puerta abajo hasta que cayó rendido.

Una semana después el sabio tutor volvió a la torre. El príncipe estaba que daba palmas con las orejas, por fin podría salir de aquel infierno. Pero el tutor no se lo iba a poner tan fácil

-'Príncipe, ¿Qué has aprendido?'
-¿Aprender?Qué iba a aprender aquí encerrado. Déjame salir, a´quí dentro no puedo aprender nada.

Acto seguido el tutor cerro la puerta y volvió a dejar al joven príncipe encerrado con su pecera. El futuro monarca no daba crédito ¡Otra vez encerrado! Una vez más pataleó, ´dio vueltas por la habitación, gritó y aporreó.

Al cumplirse una semana el sabio regresó a la torre y volvió a formular la misma pregunta.

-'Príncipe, ¿Qué has aprendido?'
- Pues que estoy encerrado en una torre, con una pecera, que esto no me gusta...

El tutor no le dejó acabar, se dio la vuelta y volvió a marcharse. El príncipe ya más resignado volvió a pasar una semana a solas en lo alto de la torre.

Una semana después el sabio volvió a visitar al príncipe.

-'Príncipe, ¿Qué has aprendido?'- le preguntó
- Pues... que la luz del sol y la luna entra por la ventana, y se refleja en la pecera y que los peces duermen de día... El píncipe se había preparado un discurso pero no parecía funcionar. El sabio tutor volvió a dejarle a solas una semana más.

Transcurridos los siete días el anciano tutor regresó una vez más a la torre y se encontró al príncipe sentado en el suelo, mirando fíjamente a la pecera, tanquilo, concentrado, en paz consigo mismo. Y volvió a formular la pregunta

- 'Príncipe ¿Qué has aprendido?
El príncipe le miró, -'tssssssss, silecio' -y le indicó la pecera.
El sabio se marchó, dejando al príncipe en su torre, mirando la pecera y con la puerta abierta para que saliese de la torre cuando quisiera...

Si me buscais, me encontrareis en mi torre mirando la pecera.

domingo, 9 de mayo de 2010

toi borrosa

Estoy borrosa de cansancio, de muchas copas de vino (2) que hacía muuuuucho tiempo que no me tomaba, de semanas maratonianas corriendo de un lado para otro como alma que lleva el diablo, sin tiempo para nada, con mis quelitas a cuestas (cómo se pueden escribir 30 páginas sobre una bolsita de pan duro con chocolate sin volverse loca?) con el idioma impronunciable acechando con un exámen que tengo muy pocas posibilidades de aprobar y suspirando por un rayito de sol... borrosa sí, pero hacía tiempo que me lo pasaba tan bien.

Toi físicamente borrosa con una recién descubierta lesión de espalda que me ha convertido en la versión morenita del 'pozi', una vértebra a la virulé que ha decdio irse de paseo a dos centímetros de dónde debería estar y una hipertrofia en la rabadilla que lleva acomplejándome toda la vida con un prominente trasero respingón y torturándome con dolores de espalda provocados por mi figura curvilínea.

Hoy estoy más borrosa que de costumbre, con un dolor de cabeza de regalo de una cena espantosa y larguiiiiiiiiiiiiiiiisima a base de vaca reseca y mermelada de membrillo con los grandes éxitos de Gloria Estefan todavía resonándome en la cabeza. Ah no que a cabeza ya no me duele de la resaca, es mi vertebra turista haciendo de las suyas mientras el mundo se tuesta al sol primaveral y yo me aburro como un hongo a la espera de que estalle de una vez por todas el impronunciable, a ver si cuando se pasen las cenizas dejo de verme borrosa.